sábado, enero 12, 2008

Reelección indefinida...

"Primero, ¿está usted de acuerdo en que Hugo Chávez siga siendo presidente de Venezuela, sí o no? Segunda pregunta, con carácter vinculante, ¿está usted de acuerdo en hacer una pequeña enmienda en la Constitución Bolivariana para permitir la reelección indefinida?"

Hugo Chávez, en la Asamblea Nacional (fuente).


Y como vemos esto es lo único que importaba de la reforma a la constitución que votamos el diciembre pasado. Todo lo demás era puro bla bla.

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Turistas...

Antes que nada, un muy feliz año para todos mis lectores desde estas tierras del risotto y la pasta. Esperando que hayan recibido el nuevo año con alegría. Este que está aquí, lo pasó bien con su esposita, con una botella de etiqueta negra entre pecho y espalda (mi esposita tenía casi toda una botella de Bailyes), lo que provocó que no recibiera el año nuevo en la plaza, sino en mi casa, ligeramente paloteado.

Pero dejemos esos pormenores y entremos un poco en la materia de este ligero post de mediados de enero. Para eso hablaré de esa extraña especie que es el turista venezolano, pero no desde el punto del turista, no, sino desde el punto de vista del local que los tiene que sufrir. Es decir, yo.

Una cosa que uno nota en los venezolanos que salen como turista (no el inmigrante) es que dan por descontado que por el hecho de venir de tu tierra tú estás dispuesto a hacerles de guía o que te son simpáticos porque sí. Señores (y señoras), ubíquense. El hecho que vengan de Venezuela, en especial de Caracas, no los hace mis panas de forma automática: soy un extraño y como tal debería ser tratado con un mínimo de respeto no con un "¡ése mi pana!, dime dónde puedo conseguir unos culos". Ejem. No estoy siendo del todo sincero, en verdad la persona a quien le atribuyo esas palabras, me interpeló diciéndome: "pana, ¿dónde están las discotecas donde van las modelos?". En ese momento lo que me provocó responderle fue "¡y yo qué sé!". Y es que la gente no se fija en los detalles, como que venía de la estación de trenes, cargado de cosas y que estaba, justo en ese momento, hablando con mi esposa para recordarle que debía ir a la casa temprano. Por supuesto, el amigo aprovechó para preguntar, pero, digo yo, no hubiese sido más fácil decir "disculpa pana, ¿eres de Venezuela?", con un tono amable, no como si tuviera el deber moral de darle una mano, y partir de ahí construir una conversación.

Ese comportamiento confianzudo hace que uno se moleste. Otro ejemplo: saliendo del metro, mi esposa y yo discutíamos sobre una tontería, y mientras decía algunos "coño" de forma indignada, llega un tipo gritándome "¡Alto!, ése es venezolano!", ante semejante cosa, mi esposa y yo nos volteamos asustados, sin saber como reaccionar ante semejante loco, quien estaba con otras tres personas. Después de decirles que yo soy de Caracas y mi esposa de Maracay, el tercio me pregunta "¿Y te gustó Milán?", cosa a la que respondimos que sí, luego les sugerimos un par de sitios que ver y escapamos (bueno, caminamos rápidamente) hacia la dirección contraria a donde ellos estaban. Mi esposa, que me conoce muy bien, me preguntó si me había molestado. "Obviamente", le dije, ¿es muy difícil dirigirse a extraños con un mínimo de educación?. ¡Y después me preguntan por qué me provocar darle direcciones erradas a los turistas!.

Por supuesto, siempre hay las excepciones, esos que cuando te bajas del tranvía, se acercan a ti y te preguntan con amabilidad si eres de Venezuela, y puedes entablar una conversación civilizada. A lo mejor uno no se vuelve a ver más, pero coño, no le mientas la madre al gentilicio.

Para concluir, quisiera dejar algunas sugerencias a los compatriotas turistas sobre como tratar con los que estamos en el exterior:
  1. Sé educado: las cosas se piden de por favor. No soy tú pana, no me trates como tal. Soy un extraño. Un mínimo de educación es todo lo que necesitas emplear.

  2. No seas confianzudo. Deja eso cuando vayas a lidiar con la burocracia venezolana, no soy "miamor" tuyo. Realmente no te interesa por qué estoy aquí, ni a mí por qué estás aquí. Somos sólo anécdotas que contar a nuestras respectivas familias o en nuestros respectivos blogs.

  3. Soy un extraño. Recuerda que no me conoces, no sabes quien soy ni por qué estoy acá. El hecho que hable con tu mismo acento, no me hace tu hermano del alma. Trátame amablemente, y yo haré lo mismo.

  4. No todos vivimos para ir a discotecas y sitios de moda. Podemos indicarte donde pueden estar, pero no necesariamente vamos para allá. La mayoría de nosotros no somos VIP, sino comunes mortales. Algunos, incluso, no le paramos a esa vaina.

Por supuesto, uno también debe armarse de paciencia, y entender que hay gente que se emociona cuando escucha a alguien en el metro de Milán, en el tren a París o frente a los Bronces de Reggio Calabria, hablando con acento venezolano. Es esa paciencia la que uno debe tener a mano cuando llega la tentación de dar direcciones erradas, cuando te gritan, como si fueras un amigo de toda la vida y ni te dan las gracias después de haberles ayudado.

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